Historia de amor equivocado: enamorarse de una mentira

Laura Sánchez, Filóloga

Me equivoqué, lo sé. Y ahora no puedo hacer sino llorar un tiempo para eliminar este amor tóxico y levantarme de nuevo. O me engañó. Y ahora ni siquiera sé si fue mentira o fue verdad. Si acaso fue una historia de amor, es seguro que fue una historia de amor equivocado.

Enamorarse de una mentira

Yo estaba tan ilusionada en aquella primera cita en la que descubrí a un hombre interesante, sexy, divertido y abierto. Tengo que reconocer que me enamoré de él sin pensar en que tal vez tuviera la mente nublada por el enamoramiento. Ese amor ciego que pone tu vida patas arriba, que te rompe esquemas y que te hace más feliz. Disfruté de mi amor unos cuantos meses. Luego la venda se cayó.

La venda se caía y yo me la ponía de nuevo. Las promesas de las primeras semanas no se cumplían. Al primer malentendido, descubrí que él no practicaba el hábito de la comunicación como me había asegurado, sino el hábito del desprecio y del reproche. Pero yo me empeñaba en ocultar la verdad. Otro tanto ocurrió con la primera mentira, que puse tanto empeño que ya la he olvidado. Pero sé que hubo una primera mentira y luego llegaron las demás.

Con el paso de los meses, la venda apenas podía mantenerse en mis ojos. Estaba claro que me había enamorado de un hombre egoísta, egocéntrico y manipulador. Pero aún sin venda, lo difícil era aceptarlo. Al fin y al cabo se trataba de un error mío. Uno más de mis errores de apreciación con los hombres. Puede que él maquillara su personalidad con maestría, pero era mi responsabilidad intuir lo que había debajo de ese maquillaje.

Reconocer el error

Mis amigas decían que tenía un novio encantador. Mi familia creía que había encontrado, por fin, una pareja estable, de esas para toda la vida. Pero si pensaba en el resto de mi vida con él me empezaba a ahogar. Algo fallaba, en algo me había equivocado. Me había equivocado en la elección del hombre tanto como en el momento. Pero seguía con él, como si una fuerza más poderosa que la razón me impidiera alejarme de aquel error.

Tuvo que ser él, vencido por la necesidad de buscar nuevas presas. A mí ya me tenía y entonces empezó a perder el interés. Soltaba la cuerda que nos unía con la esperanza de que yo entendiera la indirecta y me marchara discretamente. Pero él no sabía que soy muy persistente en mis errores. Así seguimos un tiempo viviendo un amor de mentiras, indiferencias y rechazos, hasta que él se agotó.

Porque fue él y no yo quien dijo adiós. Porque yo me quedé con las ganas de dar el portazo, pero no tuve valor, ni fuerzas para hacerlo. Si él me ató, él me liberó. Y aún duele, porque estoy cansada de empezar de nuevo, de terminar y vuelta a empezar. Estoy cansada de los amores equivocados.

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