Carta de amor para una hermana fallecida: Siempre en mi corazón

Misiva para dedicar a tu ángel de la guarda

Tamara Sánchez, Periodista
En este artículo
  1. Ejemplo de carta de amor para una hermana fallecida

El fallecimiento de un familiar es posiblemente una de las experiencias emocionales más complicadas que alguna vez tenemos que afrontar. La muerte de un ser querido, como una hermana, es muy difícil de asimilar y normalmente la sensación de irrealidad viene y va, ya que forma parte del proceso de aceptación. Si has tenido que pasar por una experiencia tan horrible como esta sabrás que no hay nada peor en el mundo que tener que lidiar con una pérdida así. Ella ya no está aquí a tu lado, pero los recuerdos permanecen y seguirán vivos siempre y cuando los mantengas en tu memoria. Por eso y porque no hay nadie que se merezca una de nuestras cartas de amor, hemos querido rendirle un pequeño homenaje a todas las hermanas que se fueron arrancando un pedacito de nuestro alma. Despídete de ella dedicándole esta carta de amor para una hermana fallecida. Siempre estará en tu corazón.

Ejemplo de carta de amor para una hermana fallecida

Querida hermana, mi amor, mi vida entera…

Es difícil para mí escribir estas letras. Difícil porque me acuesto y me levanto empapada en lágrimas sin terminar de asimilar que ya no estás a mi lado, que ya no te volveré a ver más, al menos no en esta vida. Hoy miro al cielo deseando poder sentirte, pero no alcanzo a encontrarte. Solo logro divisar estrellas, aunque en el fondo de mi ser sé que tú estás entre ellas. Eres la constelación más bonita y brillante de todo el universo, y creo que precisamente por eso te fuiste. Allí, en el firmamento, necesitaban una sonrisa mágica como la tuya para alumbrar el mundo que últimamente está demasiado apagado sin ti.

La vida es efímera y muy injusta. Muchas veces hablé contigo de esto. “Hay que disfrutar”, te advertía a menudo. Tú nunca le dabas importancia a la muerte, me solías decir que solo muere el que deja de ocupar un lugar en la memoria. ¡Qué razón llevabas! Ahora estás más viva que nunca en mi mente. Te paseas por ella como si nada pasara en forma de recuerdos y anécdotas que vivimos juntas. Recuerdos que duelen, pero también recuerdos que me hacen sonreír sin darme cuenta.

Me acuerdo de aquel domingo en el que nos quedamos solas en casa viendo una de esas pelis ñoñas en las que, pase lo que pase, los protas siempre terminan felizmente enamorados. Las dos acabamos con un paquete de pañuelos al lado llorando desconsoladamente. Nos miramos y de repente empezamos a partirnos de risa, sin motivos, sin razones, porque así éramos nosotras. Pasábamos de las lágrimas a las carcajadas y de las carcajadas a las lágrimas en cuestión de segundos. Y ojalá estuvieras aquí ahora mismo para secar las mías.

Lo eras todo. Una excelente amiga que estaba a mi lado cuando más lo necesitaba, una perfecta confidente a la que contar mis secretos más preciados y, sobre todo, una gran hermana. Una parte de mí. En esta carta quiero darte las gracias por ese ejemplo de vida que me dejaste, por el amor y la lucha hacia los tuyos. Gracias por ser como eras: alegre, cariñosa y siempre dando lo mejor de ti en todos los aspectos. Conseguiste todo lo que te propusiste y, por eso, te admiro.

No te voy a mentir. Vivir es muy complicado, pero vivir sin ti se me hace casi asfixiante. Solo te voy a pedir una última cosa: Espérame, algún día te alcanzaré.

Mientras tanto… siempre en mi corazón.

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